“El dilema del erizo” es una parábola escrita en 1851 por Arthur Schopenhauer en la obra Parerga und Paralipomena. Más tarde, Sigmund Freud utilizaría esta parábola para explicar el modo en que las personas nos relacionamos con la familia, la pareja, los amigos y los hijos y hasta con los compañeros de trabajo.
“En un día muy helado, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente la necesidad de juntarse para darse calor y no morir congelados.
Cuando se aproximan mucho, sienten el dolor que les causan las púas de los otros erizos, lo que les impulsa a alejarse de nuevo.
Sin embargo, como el hecho de alejarse va acompañado de un frío insoportable, se ven en el dilema de elegir: herirse con la cercanía de los otros o morir. Por ello, van cambiando la distancia que les separa hasta que encuentran una óptima, en la que no se hacen demasiado daño ni mueren de frío.”
Esto es justamente lo que puede ocurrir en nuestros vínculos. Y mucho depende de lo que hayamos vivido cuando niños. Numerosos son los casos donde, por un tema de supervivencia el niño o niña debe quedarse con su familia o dentro de situaciones que les provocan alguna clase de daño, creando asimismo sistemas de defensa para poder soportar el dolor físico o emocional que supone estar allí.
Ahora: ¿Es saludable que perpetremos este comportamiento doloroso de adultos?
El Dr. Claudio Naranjo abre una pregunta, en su estudio del eneagrama, que nos invita a la auto-observación y el autoconocimiento:
¿Cuál fue la locura que tu alma necesitó para sobrevivir?
¿Hasta dónde nos dejamos herir para evitar la “ilusión” de morir de frío?
Es necesario tomar consciencia de los tipos de vínculos que tenemos para sanar las heridas que tuvimos de niños. Todos deseamos tener relaciones sanas, pero ¿qué distancia estamos dispuestos a poner con la pareja, los hijos, la madre, el padre, hermanos y amigos en pos de preservarnos?
Mucho se habla de los abusos sexuales, tal vez porque son los más visibles, pero acaso no son iguales de dolorosos o dañinos los abusos que se producen a nivel emocional o mental y que luego repercuten en nuestro cuerpo físico. Tal vez estos últimos son más difíciles de detectar pero nuestra alma siempre sabe y nos informa, a través de distintas situaciones cuando algo no es saludable para nosotros.
Madres/padres invasivos, parejas absorbentes o controladoras, relaciones de amistad tóxicas son todos ejemplos claros de abusos que pueden verse en los planos emocionales o mentales. No podemos obligar a nadie a que haga un proceso para trabajar con su ego/carácter/personalidad, pero si elegir la distancia que pondremos con ellos.
Los vínculos de sangre no son garantía de buenas relaciones como así tampoco el hecho de que una pareja proclame un gran amor hacia nosotros implica que sea un buen amor. Hay “amores” tóxicos, voraces que sólo buscan alimentar sus carencias y en los cuales subyace una necesidad de control, de poder sobre otro.
De este tipo de vínculos, yo elijo mantener una distancia saludable para mí.
Se nos pide «amar al prójimo como a nosotros mismos», pues bien…yo empiezo amándome.
Mariela Solano
gracias Maricel! abrazo
Excelente ,me llegó y me hizo ruido dentro mio